El momento
exacto en el que todo se desmorona, el momento en el que todo lo que fuiste y
conociste no te vale de nada.
Es el
instante en el que aprietas el gatillo y comienza tu propia reencarnación,
sobre tu mismo cuerpo, el formato no cambia… el contenido, con suerte sí. Empieza
tu autodestrucción. Cuando la que fue princesa, se vuelve puta, y no una
cualquiera, sino la más puta si nos ponemos a comparar.
La culpa no fue suya, fue tuya por confiar. Por dar tu brazo a torcer, por no saber pararle los pies.
Cambiar las
coronas y los bailes reales, por un paquete de cigarrillos y un botella de
vodka. A nadie le importa de dónde vienes, ni cuales fueron los motivos que te
hicieron llegar hasta aquí. Solo importa cómo te mueves, cuánto enseñas, y
hasta dónde estás dispuesta a llegar con cualquier sapo que fácilmente confundirás
con un príncipe.
Qué tonta
eres. Qué idiota fuiste. Qué zorra serás.
Esperas conseguir ser una zorra, considerando zorra como sinónimo de astuta, claro.
Ya no importa
el protocolo, ni los buenos modales. Dime cuanta pierna enseñas y te diré cuántos
van a caer esta noche a ras de tus tacones. Sentirte deseada mejor que sentirte
admirada, preferir que te inviten a una copa antes de que te juren amor eterno.
Cuando una
princesa se transforma en puta, que tiemble la ciudad. Y que corra lo más
deprisa y lo más lejos que pueda, el motivo (que con casi toda seguridad tenga
el centro de decisiones entre las
piernas) que causó esa transformación.
Cambiar un
castillo por un bar. Sentirse rubia sin ser natural. Cualquiera estaría
dispuesto a pasar una noche contigo, temen el momento en el que les digas que
son tus mejores amigos. Pensar en nada y acabar con todos. Creer que disfrutarás
cuando ese cabrón vea lo que ha desperdiciado. Seguir bebiendo, y seguir
bailando. Vicios callejeros, besos traicioneros. Saber que detrás de tu falda
tienes unos cuantos perritos falderos. Tú con esas ganas de nada y ellos con
tantas ganas de cama.
Sentir que tú
no eres más que un puñado de celos. Celos de saber que está y que no es
contigo. Sentir que fuiste musa de un fracasado poeta, que te prometió mil
mentiras por satisfacer su bragueta.
Nadie sabe que esta puta, no ha dejado de ser princesa. Sigue sintiendo, etiquetando
emociones, sufriendo por cualquier cosa solo de puertas para dentro. Que esa
puta que parece ir por el camino de la perdición, no puede evitar mirar atrás,
deseando que en cualquier momento el que fue príncipe, la vuelva a rescatar.
Demasiado rota para ser princesa, demasiado frágil para ser puta.
Tacones altos
para intentar elevar la poca dignidad que le quedó después de una eternidad
arrastrándose por ese cabrón. Vértigo. Las mentiras que sustentan no son buenos
pilares. La fecha de caducidad de su felicidad la tiene tatuada entre las
piernas. Qué casualidad que coincide con el día exacto en el que el valiente
hijo de puta, dejo su cama por visitar otras cuantas más.
Marina Viloria
Reinas de la Maldad; os dejo una entrada que escribí hace algún tiempo, y hoy he tenido la necesidad de publicar. Sé que es una vuelta al pasado, tratando los mismos temas y de la misma forma que solía hacerlo. Os habreis dado cuenta que tras un verano apenas sin actualizaciones y un año pasado escaso de inspiración, estoy tratando de volver a actualizar cada poco tiempo.
Como siempre os recuerdo que podeís seguir la cuenta del blog en twitter (@ReinaDeLaMaldad) o mi cuenta personal (@maarviloria).
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Siempre vuestra, nunca suya.