A la piel le va el azar, pero el corazón necesita algo más duro, como mínimo planes para el futuro.
La piel no entiende de celos, de sentimientos, ni de mentiras. Solo de ganas; de calor y de ganas, mejor dicho. Es hacer las cosas de manera irracional, buscando el placer por el placer, de manera inminente, sin pensar en el futuro y mucho menos en las consecuencias. Está bien dejarse llevar, actuar de manera impulsiva y disfrutar del aquí y ahora. Cuanto antes aprendas a disfrutar esos momentos antes te darás cuenta de la importancia de todo lo demás. Dejarse llevar implica no rendirle cuentas a nadie, sino llegar y rendirte tú. Ni fuerza de voluntad ni hostias, sucumbir a cualquier pecado, capital o no. Es disfrutarse, como una inyección de adrenalina, sin analizar ni pensar. Hacer y dejarse hacer. Disfrutar y dejarse disfrutar. Cuatro paredes, una cama, dos cuerpos.
Que qué va a pasar después... Ni lo sabes, ni te lo planteas, ni te importa. No hay ni planes, ni esperanzas después de un cigarrillo. Todo fluye, nada se estanca y tú, que sigues con esas ganas.
Pero llega un momento en el que ya no vale solo con disfrutarse, con dejarse la piel en dejarse llevar. No. Llega el momento en el que necesitas algo más, y en ese preciso momento, estás perdida. Se acabó. Y te quedas esperando desde el momento en el que desaparece, vas contando los besos que te debe y esperas a que algún día de los de. Se resume en esperar, esperar desesperándose. Y si de algo sé es que esperar no ayuda, retrasa y duele.
Por eso yo ahora me conformo con tenerle de excusa, una excusa muy grande para comerte mejor.